La isla de Sein

blog1_Faro_Vieille Sí, el lugar donde inhumaban los celtas a sus druidas. Dos kilómetros de tierra que emergen, como una sinuosa serpiente de arena y peñascos, a menos de diez kilómetros de la Pointe du Raz para saludar al faro de la Vieille. Allí hemos ido hoy. Lo teníamos muy fácil, porque los nautibuses de la compañía Penn Ar Bed –que significa Finistère en bretón- salen hacia la isla de Sein desde el embarcadero de Esquibien. A cinco minutos de nuestro pennti.

Hemos desembarcado en la isla a la hora de comer francesa. Así que, nada más llegar, nos hemos sentado en el restaurante Le Tatoon, el mejor de la isla según la puntuación de Trip Advisor. Y la verdad es que, a excepción del lavabo, que parecía que perteneciera a otro restaurante -¿a otra época? ¿a otro planeta?-, todo ha sido perfecto.

La isla se recorre en nada, porque es verdaderamente diminuta. Los árboles escasean –hemos visto uno, anecdótico, soblog2_torreAntinieblambreando un pequeño jardín- y la vegetación que abunda es el matojo a ras de suelo. Más allá de las coquetas casas apiñadas de la parte de la isla más poblada, solo se ven arena, cantos rodados, algas enmarañadas y muretes para proteger los pequeños huertos. Y, por supuesto, el mar, siempre el mar. Está presente en todo momento. Te sientes como si navegaras a bordo del Nautilus y el capitán Nemo te permitiera asomarte desde la cubierta de su submarino. Así que nos hemos imaginado que la corne à brume blanche, la torre antiniebla ya en desuso, era nuestro gigantesco periscopio.

En el otro extremo de la isla se eleva el faroblog3_Escalera_faroisla de Goulenez, de 51 metros de altura, con una incomparable panorámica 249 escalones más arriba –dos faros en dos días, se me van a poner unos gemelos de competición olímpica-. El chico que controlaba el acceso sabía castellano porque había vivido en Burgos. “Mucho frío allí”. Como si el invierno en la isla de Sein fuera tropical: Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luis XIV, eximió a los lugareños del impuesto de propiedad por considerar que la naturaleza de la isla ya los castigaba lo suficiente.

La dicha bretona “quien ve Sein ve su fin” ayuda a hacerse una idea de la turbulencia de las aguas que rodean la isla. Por eso se decidió balizar el perímetro de la Pointe du Raz con el legendario faro Ar Men –en bretón la roca-, a seis millas náuticas de Sein. “El infierno de los infiernos” según los fareros tardó 14 años en construirse, tras muchos contratiempos y graves dificultades: de cada 100 horas de trabajo invertidas, solo 8 eran aprovechables. Una odisea levantarlo, otra manejarlo. Con razón ahora funciona de manera automatizada. La compañía Farandole incluye su visita en la ruta “Los faros del fin del mundo”. A nosotros el presupuesto ya se nos ha pulverizado, pero os dejo el enlace, just in case: http://www.farandole29.fr/

Hemos invertido el tiempo que nos quedaba en la isla en remojarnos los pies entre las rocas, detrás del faro de Goulenez: cuando estábamos arriba, hemos comprobado que era la zona menos concurrida de los alrededores -llamadnos perspicaces-. De hecho, hemos estado allí solos, contando lapas y bígaros y molestando un poco a las pequeñas anémonas locales, que encogían sus curiosos tentácilos en cuanto notaban levemente la yema de nuestros dedos.

A la hora de regresar a tierra firme, a causa del descenso de la marea hemos cambiado de embarcadero y nos hemos tenido que acercar a la cala del Men-Brial, donde se ubica el faro de ese mismo nombre, que vigila la entrada del puerto desde 1910. Será por faros. Pero aquí, con los rigores climatológicos hibernales, cualquier precaución es poca.

Podría pasar un par de semanas de vacaciones en la isla de Sein. Sin móvil. Sin ordenador. Sin guatzap. Desconectada de todo y de todos. Haciendo nada. O sí, solo leyendo. Disfrutando de ese sol atlántico que es ahora tan confortable como nuestro sol mediterráneo de invierno. Porque lo cierto es que, si estás bien contigo mismo, se está muy a gusto en la isla de Sein.blog4_Despedidaisla

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