Iciar

Me siento afortunada y agradecida. He compartido mi paseo por la vida con Iciar durante más de 30 años colmados de numerosos recuerdos e importantes aprendizajes.  

Iciar, mi amiga-hermana incondicional. Amorosa, inteligente, honesta. Generosa. Tanto, que nos ha regalado estos meses para disfrutar un poco más de ella y prepararnos para su ausencia -aunque una nunca está preparada para esto-. También divertida y ocurrente. Le debemos un argot muy nuestro: en los bufés de los hoteles, por siempre jamás devastayunaremos, y por la noche nos apijamaremos para ir a dormir.  

Iciar, la mujer enamorada de Joan Lluís que, durante estos cinco años de amor, nos ha alumbrado con su luminosa felicidad. Cinco años que, aun siendo tan claramente insuficientes, son un precioso tesoro: pocas personas alcanzan esa plenitud en algún momento de su vida. Creo que Iciar se sentiría identificada con el “Epitafi a u mateix” del poeta andalusí Ibn Az-Zaqqâq, “Per vida vostra i pel meu somni dolç: no fou un goig el nostre viure ardent?”. 

Amo a Iciar. La amo en presente, porque, mientras la piense, mientras la pensemos, vivirá en nosotras y nosotros. El cáncer nos la ha arrancado de forma cruel. Costará que cicatrice la profunda herida con que se nos ha desgarrado el alma y que escocerá siempre, como hormiguean, tercas, las ausencias que más nos conmueven: cuanto más honda es la huella, tanto más persistente es la aflicción.

Sin embargo, debemos sobreponernos a nuestra desolación, por muchos motivos, pero, sobre todo, por Iciar: ha perdido la vida prematuramente, no se merece que infravaloraremos o malgastemos la nuestra. El mejor homenaje que podemos hacerle para honrarla es dedicarle cada momento de dicha. Como una ofrenda. Celebremos la vida por Iciar y con Iciar, porque siempre vivirá en nuestros corazones.

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