Barcelona desde sus colinas

Cada cual celebra el día de la Mercè a su manera. Ayer, sábado superfestivo, mi amiga Iciar y yo nos regalamos la excursión por los tres turons que organiza http://www.cultruta.com, una empresa especializada en caminatas que ayudan a conocer y comprender un poco mejor Barcelona a través de aproximaciones casi antropológicas.

Nuestra patrona nos obsequió con una refrescante mañana nublada, a ratos lluviosa, que nos facilitó mucho el itinerario. Iniciamos el circuito en el Turó de la Rovira, muy cerca de donde en 1932 se descubrieron los vestigios de un poblado íbero construido por los layetanos en el siglo IV. Lástima que al yacimiento arqueológico le pillara la Guerra Civil y que sus piedras se aprovecharan para levantar el puesto de defensa antiaérea ubicado un poco más arriba.

Al principio de la calle Labèrnia, en el número 1, se alzan un exhuberante eucalipto y Can Bassols, un caserón modernista obra de Josep Maria Jujol que todavía preserva su torrecilla. Esta recurrente atalaya, símbolo de ostentación de las viviendas de las clases acomodadas, dio nombre a ese tipo de casa: mucho tiempo después, los barceloneses que contaban con una segunda residencia todavía la denominaban así, torre. Alba, nuestra fabulosa guía, nos contó que Can Bassols fue uno de los escenarios de la película “Últimas tardes con Teresa”, basada en la conocida novela de Juan Marsé.

En los terrenos adyacentes a Can Bassols se erguían numerosas mansiones del mismo estilo. Pertenecían a burgueses pudientes que, de repente, encaramados en aquella otrora bucólica colina, se sintieron condenados al ostracismo, de modo que entre 1915 y 1920 demolieron aquellas regias edificaciones para vender las parcelas a familias obreras, que construyeron allí sus humildes viviendas. Hasta hace bastante poco los vecinos del barrio carecían de un camino asfaltado para acceder a sus moradas, no obstante esto cambió cuando se recuperaron los restos de la batería antiaérea del Turó de la Rovira. Todo por el turismo, aunque sea local.batería antiaérea.jpg

Durante la Guerra Civil, campo de pruebas de la Segunda Guerra Mundial, se ensayaron algunas prácticas terribles. La peor de ellas fue, quizás, el bombardeo indiscriminado sobre población civil, que comenzó en 1937.

Ante el inesperado ataque desde el cielo, Barcelona responde con dos estrategias. Por un lado, desarrolla una tupida trama de defensa pasiva en el subsuelo de la ciudad: en dos años se excavan 1384 refugios antiaéreos. En el barrio de Gracia perduran dos que cualquier vecino puede visitar, el de la plaza del Diamant y el de la plaza de la Revolució, cuyo acceso, gratuito –es patrimonio de la ciudad-, es a través del parking, solo hay que pedirle las llaves al vigilante. No obstante, el mejor conservado es el Refugio 307 de Poblesec.

La segunda estrategia ante los bombardeos de la aviación fascista es desplegar una barrera de defensa activa a través de baterías antiaéreas, que se instalan en diferentes puntos elevados de Barcelona. La del Turó de la Rovira cumplía una misión puramente disuasoria, ya que el armamento era una antigualla y había riesgo de que las avionetas abatidas o la propia munición provocaran todavía más daños. En teoría los vigías de las baterías antiaéreas eran también responsables de avisar a la población cuando el ataque era inminente, aunque los mejores centinelas eran los animales domésticos del vecindario, que reaccionaban antes de que empezaran a llover las bombas y proporcionaban un pequeño margen para acudir a los refugios antiaéreos.

barrioloscañones.jpgDurante la postguerra se fueron levantando barracas en esa vertiente meridional del Turó de la Rovira hasta configurar lo que se denominó barrio de Los Cañones, en clara alusión al origen militar del asentamiento, que llegó a albergar a 600 personas en condiciones muy precarias, sin abastecimiento ni para establecerse ni para sobrellevar el día a día. Para conocer más detalles de las gentes que habitaban allí, Alba nos recomendó buscar en TV3 a la carta el documental “Barraques, la ciutat informal”.

Descendiendo del refugio antiaéreo y atravesando los vestigios de lo que fueron las barracas de Los Cañones, se divisa el inmenso boquete de la antigua cantera de Can Baró, de donde se extraía piedra para preparar cal para mortero, así como cantos para la autoconstrucción de las sencillas casitas que todavía perduran por los aledaños. La pedrera le dio un zarpazo al trazado de la calle Mühlberg que se corrigió varias décadas después, en 1991, con la edificación del puente de su mismo nombre.

En 1920 Anselm de Riu i Fontanilles compra 45.000 metros cuadrados de terreno e idea un plan para hacer negocio a costa de pequeños tenderos y obreros: inventa las llamadas estampillas verdes, los cupones de la Compañía Nacional de Tierras, que se conseguían en tiendas de Barcelona y ayudaban a conseguir la entrada para la compra de diminutas parcelas en Can Baró. El avispado empresario omitía informar de que los terrenos carecían de toma de electricidad y agua corriente y de alcantarillado. Todavía perduran algunas de aquellas viviendas populares. También permanecen –quién sabe hasta cuándo- dos de las fresqueras que utilizaban los residentes. Una de ellas comunicaba con el sótano de la casa colindante y durante la Guerra Civil los vecinos la utilizaban como entrada para refugiarse de los bombardeos.

El barrio del Carmelo recibe su nombre por la primera iglesia consagrada a la Mare de Déu del Carmel, lugar de pausa para quienes se desplazaban entre los diferentes municipios cuando Barcelona era tan solo el núcleo de población resguardado por su muralla y lo que hoy son barrios eran aldeas diseminadas a su alrededor.

Junto a la iglesia del Carmelo puede apreciarse, ahora profusamente coloreado por múltiples grafittis, el murete que separaba los municipios de Gracia, Horta y Sant Martí de Provençals. Incluso había una pequeña garita, hoy desaparecida, donde el burot cobraba las tasas municipales por entrar a su población con ciertos artículos, por lo general alimentos, en teoría para garantizar el control sanitario de tales mercancías. Podemos imaginar que no era una persona muy querida. Donde se ubicaba el antiguo apeadero se asoma el popular bar Las Delicias, donde, con permiso del bar Tomás de Sarriá, dicen que se sirven las mejores patatas bravas de Barcelona. Un día tendremos que comprobarlo.bar delicias.jpg

El Turó del Carmel está perforado por múltiples túneles, a la manera de un queso gruyer, a causa de la Ley de Minas promulgada en el siglo XIX, que daba licencia de explotación a quien descubriera una veta de hierro. Como el metal no era de buena calidad, cada nueva prospección se desatendía enseguida y rápidamente proliferaron las excavaciones abandonadas. La más conocida es la de Can Xirot, con dos galerías superpuestas que suman 217 metros de recorrido, aunque por el momento es impracticable.

Un poco más adelante en nuestro camino, hasta entonces apacible y solo frecuentado por los lugareños, nos vimos inmersos en un río de bulliciosa multitud que, como nosotros, quería observar la Casa Martí Trias, una de las tres únicas torres que se construyeron del proyecto original de urbanización del Parque Güell –barceloneses que me leéis, el acceso al Parque Güell es gratuito dándose de alta como barcelover, buscad en la web del ayuntamiento-.

La operación inmobiliaria de los mecenas de Antoni Gaudí fue un fracaso estrepitoso mientras que, en la misma época, el médico Salvador Andreu se hizo de oro con su modelo de ciudad jardín para la vertiente cara al mar de la montaña del Tibidabo, que cristalizó en la avenida del Tibidabo: a los burgueses de nueva hornada les era más fácil exhibir sus palacetes en un bulevar abierto que en un recinto de acceso restringido y cubierto de algarrobos y otros árboles autóctonos que dificultaban la jactancia. La discreción y preferir un Audi a un Mercedes para evitar petulancias innecesarias llegaría muchísimo más tarde.

fontStSalvador.pngDoblando a la derecha desde la concurrida vereda que serpentea ante la Casa Trias, perdimos de vista a los turistas en cuanto nos adentramos en la zona forestal de los deliciosos jardines de la Font de Sant Salvador, hasta donde se desplazaban las familias barcelonesas en su único día de fiesta para sus fontades, aquellas lejanas reuniones populares con almuerzos de pícnic y actividades de recreo. Por un momento, nos olvidamos de que estábamos en Barcelona: el bosquecillo de la Font de Sant Salvador es un paraje arrebatador.

lafarigola.jpgEn el Turó del Coll, lo mismo que en el corazón del barrio de Gracia, abundan las vías asfaltadas sobre antiguas rieras. La calle Farigola era una torrentera que desaguaba en la actual avenida de Vallcarca. En el solar que anteriormente había albergado un hostal, se edificó, según el proyecto del arquitecto Josep Goday, el colegio público La Farigola, que se inauguró en 1923. Su primera directora fue la maestra republicana y feminista Maria Baldó, que tras la Guerra Civil se exilió a Toulouse, de donde jamás regresaría. Hoy unos jardines cercanos le rinden un íntimo homenaje.

Frente a La Farigola se abre una deliciosa callejuela, el pasaje Isabel. En el número 8 se alza Villa Esperanza, una preciosa mansión proyectada por el arquitecto Andreu Audet que conserva su tradicional huertecillo anejo.

pontvallcarca.jpgFinalizamos nuestro cautivador recorrido por els tres turons, las tres colinas, en el Viaducto de Vallcarca, que nace para salvar el imponente torrente de la avenida de Vallcarca y conectar el Turó del Coll con el del Putxet. Levantado en 1923, fue un puente pionero porque se trabajó con hormigón armado y hierro para la ejecución de la estructura. El arquitecto artífice de esta obra de ingeniería, Miquel Pascual Tintorer, también dirigió la construcción del Mercat de la Llibertat de Gracia.

Qué interesante paseo por los entresijos de la pequeña historia de mi ciudad. Os recomiendo mucho que le echéis un vistazo a las propuestas de CultRuta, nosotras seguro que repetiremos la experiencia.