Tras año y medio sin publicar nada -desde el funeral de mi amiga-hermana Iciar-, retomo el blog para tener a mano la información más relevante de nuestra primera incursión a Cáceres, que no será la última.
Nos alojamos, Booking mediante, en Cáceres Central Suites, que dispone de cinco apartamentos -el nuestro, Torres de Cáceres, era precioso- en una casita restaurada del centro histórico. Noelia, la persona que se ocupa de los huéspedes, está siempre pendiente y es encantadora, respetuosa y discreta.
Nuestro alojamiento estaba en la calle Hornos, al lado de La Llorona, un restaurante imprescindible en el que te atienden y se come divinamente, y muy cerca de la librería-joya La Puerta de Tannhäuser, que me recomendó -como tantas otras cosas- mi buen amigo Aureli.
Podíamos estacionar el coche fácilmente en las zonas blancas gratuitas de los aledaños: el día que aparcamos más lejos, dejamos el coche a un paseo de 15 minutos.
En cuanto a compras de los sabrosos productos locales -como el tasajo, qué gran descubrimiento-, hay varias tiendas Mostazo en los lugares más concurridos, y un colmado un poco más alejado, Ibéricos Extremeños Redondo, donde nos hicimos con un pequeño botín -suerte que íbamos en coche, porque al final nos tuvieron que entregar una gran caja de cartón para almacenar los víveres adquiridos-.
Como nos gusta desayunar fuera, enseguida seleccionamos nuestros dos lugares imprescindibles, en función de la hora a la que salíamos para ir a ver mundo: la Churrería Ronda del Carmen, que abre a las 7:00 h, y La Tarara Pikoteka, que entre semana abre a las 8:00 h.
La ciudad de Cáceres presenta dos importantes atractivos, según las preferencias de cada cual. Para nosotros, el Museo Helga de Alvear, edificado a la medida de la colección de la galerista que le dio nombre. La visita guiada es gratuita. El otro gran atractivo, que nosotros soslayamos porque no nos alcanzaba el presupuesto, es el restaurante Atrio, que ostenta tres estrellas Michelin. Disponen de otro restaurante más asequible, Torre de Sande, que al final no probamos.
Nos quedamos con las ganas de visitar dos restaurantes más que nos habían recomendado y quedaban muy cerca de nuestro apartamento: Nolasco, que no pudimos encajar con nuestra apretada agenda, y Mastropiero, que cuando fuimos estaba cerrado por mejoras. Tampoco llegamos a tapear en La Minerva, aunque sí almorzamos muy bien -aunque nos gustó más La Llorona- en El Figón de Eustaquio, y muy mal en la tapería La Tía Tula.
Trujillo queda a media hora de Cáceres. Tuvimos la mala suerte de que nuestra visita coincidiera con los preparativos de un mercadillo de quesos que llenó de casetas la plaza mayor. Claro que hubiera sido mucho peor con el mercadillo ya en marcha y millones de personas invadiendo las callejuelas. La visita guiada fue bastante decepcionante: aunque el conjunto monumental de Trujillo está bien conservado, el arrogante discurso de los descubridores/conquistadores/whatever me parece más que trasnochado. Suerte que nos consolamos un poco con nuestro almuerzo en el Mesón la Troya. Supongo que es más turístico que cuando iba mi amigo Aureli con sus padres y su hermana, pero igualmente lo aconsejo: los camareros son simpatiquísimos y el menú del día da para probar algunos platos de la gastronomía local a un precio más que razonable.
También relativamente cerca de la ciudad de Cáceres quedan tanto Los Barruecos, un paisaje singular que se seleccionó como localización para uno de los capítulos de Juego de Tronos -aunque cualquier parecido con el resultado fílmico es pura coincidencia-, como el curioso Museo Vostell, donde se expone, casi de incógnito -cuesta recabar información y no permiten tomar fotos-, la colección particular de Wolf Vostell, artista alemán representativo del movimiento Fluxus.
Hervás queda más lejos, en la falda de la sierra de Béjar, muy cerca de Salamanca y con un clima fresco y agradable durante todo el año -ostentan la más alta pluviometría de todo Cáceres-. Nos encantó el Freetour de los judíos y conversos, que conduce la palentina Rebeca, y almorzar en el restaurante Nardi, recomendación de los padres de mi compañera de Nexe Violeta.
Aunque está en Badajoz, no podíamos dejar de ir a Mérida. Aunque la población es un discorde conglomerado de excavaciones, carreteras y edificios levantados a toda prisa, solo por ver de primera mano el teatro romano, ya merece la pena desplazarse hasta allí. Eso sí, mejor ir cuanto más temprano, mejor, porque es un lugar populoso que enseguida se inunda de turistas como nosotros. Comparto el dato que más nos hizo sonreír durante la visita guiada: los gladiadores patrios eran bajitos y rechonchos, así los tajos no les alcanzaban los órganos vitales. Ah, esa capa de grasa protectora.
Extendiéndose en la confluencia del Tajo y el Tiétar, el Parque Nacional de Monfragüe, reserva de la biosfera,fue el primer espacio natural protegido de Extremadura. Conviene acudir allí con prismáticos, pues dispone de varios puntos de observación de buitres, alimoches o águilas imperiales -esas reminiscencias felixrodriguezdelafuentianas-. Desde el Castillo de Monfragüe se disfruta de unas panorámicas extraordinarias. Hay un cómodo minibús que conecta gratuitamente la zona de estacionamiento con la antigua fortaleza.
Plasencia queda a 20 minutos del parque, aunque nosotros no pudimos visitarla porque es un prieto cogollo de edificaciones donde es difícil estacionar si, como nosotros, llegas demasiado tarde o con el tiempo muy justo, así que queda para una próxima ocasión.
Ya de regreso a Barcelona -como fuimos en coche, tanto a la ida como a la vuelta hicimos noche en el camino-, aunque no lo teníamos previsto y yo soy atea, decidimos parar en Guadalupe. Me explico: unos días antes de nuestra escapada cacereña, falleció Guillermina, madre de nuestra amiga Isabel y oriunda de Cáceres. Prometimos prender velas por ella en todos los templos con que nos topáramos. Sin embargo, nos encontramos con la triste realidad de la devoción contemporánea: todos los altares con velas eran eléctricos y funcionaban con monedas. Qué decepción. De modo que Guillermina nos animó a llegarnos hasta el famoso monasterio de la virgen con quien comparte inicial. Y en buena hora: las carreteras comarcales que unen Cáceres con Guadalupe serpentean por dehesas de floridos pastos, teñidos de verde, lila, blanco y amarillo, que bajo el sol refulgente lucían todavía más.
El claustro mudéjar del monasterio es requeteprecioso, solo por verlo ya vale la pena sumarse a la visita guiada.
Como fuimos, como siempre, bien temprano, entramos a mediodía al restaurante Guadalupe Jordá y nos acomodaron en una esquina de su delicioso patio. Aunque solo queríamos tomar unas tapas antes de proseguir nuestra ruta hasta Alcalá de Henares, donde pernoctábamos, al final nos animamos a compartir una ensalada, una Torta de la Serena y unas migas. La verdad es que por tierras cacereñas se come divinamente.
Gracias, Guillermina, por guiarnos hasta Guadalupe. Te aseguro que regresaremos a tu querida Cáceres en cuanto podamos, ¡aún nos queda mucho por conocer!