Entre copas

Fue Gemma quien la lió, y eso que en teoría es la pusilánime del cuarteto. Celebrábamos nuestro tradicional almuerzo prenavideño en casa de Iciar y se vino arriba después de probar el vino de Bodegas Alodia que yo había aportado al ágape. “¡Va, va, pongamos fecha!”, exclamó mientras abría la agenda de su móvil. Cuando luego se nos unieron los boys –ellos solo estaban invitados a la sobremesa-, la decisión se acabó de perfilar: una vez consensuado el fin de semana que nos iba bien a todos, había que buscar en el Somontano una casa acondicionada para hospedar a cuatro parejas y, requisito indispensable, con chimenea. Escarbé por internet y solo cumplían esas premisas dos alojamientos. Joan Lluís, que como buen bombero es un hombre de acción, reservó a toda velocidad el que estaba mejor ubicado: Casa Clavería, en Abiego.

Iciar montó un grupo de whatsapp con el objetivo de quedar unos días antes de nuestra escapada para compartir información y opiniones. No obstante, aprovechamos esa auténtica ágora virtual para poner en común nuestras más profundas reflexiones. ¿Qué outfit escoger para las noches junto la lumbre? ¿Cuántas toneladas de croquetas serían necesarias para abastecernos? ¿Se mantendrían Guillem y Joan Lluís firmes en su boicot a los pijamas? ¿Qué afortunada pareja se acomodaría en el único dormitorio con tálamo matrimonial? A veces los inextricables misterios del universo plantean desafíos infranqueables.

FocLos primeros en llegar a Abiego, Iciar y Joan Lluís, se topan con la curiosa circunstancia de que nuestra morada cuenta con una montaña de leña pero el papel y las cerillas brillan por su ausencia. Suerte que Joan Lluís es una especie de MacGyver –pon un bombero en tu vida- y es capaz de prender fuego mirando intensamente un manojo de yesca o raspando una cucharilla con un pedernal, en plan Uri Geller.

Aunque salimos de Barcelona con Gemma y Miquel Ángel hora y media antes que Heidi y Guillem, llegamos prácticamente a la par gracias a la horrisalida de Barcelona, aunque también por la obstinación de mi consorte: los litros de alcohol que transportamos entre todos no acaban de convencer a su augusto paladar y peregrinamos de gasolinera en gasolinera en busca de su botella de vino ideal. Señor, dame paciencia, ¡pero dámela ya!

Casa Clavería es muy acogedora y su holgada cocina-comedor supera ampliamente nuestras expectativas. Cada uno de los cuatro dormitorios cuenta con su propio baño y en el patio hay suficiente espacio como para estacionar cuatro automóviles. Estamos derrotados porque es viernes y quien más quien menos arrastra el cansancio acumulado durante la semana, de modo que compartimos nuestras vituallas al calor del hogar –aunque no haría falta, la temperatura es primaveral- y alargamos poco la sobremesa. Cuando, antes de acostarnos, salimos fugazmente a estirar las piernas por el pueblo, el titilante cielo –qué distinto del de la opaca noche urbana- nos abraza como si nos quisiera arropar.

bodega3El sábado a las once de la mañana nos presentamos en Bodegas Lalanne para disfrutar de la visita guiada que habíamos reservado. En la recepción nos pasman tres vitrinas repletas de objetos que rinden homenaje a la Benemérita, por lo visto el extravagante dueño es un fanático de la Guardia Civil. En fin, cada cual con sus filias y sus fobias. Nos atiende una de sus hijas, Leonor –las otras dos se llaman Lucrecia y Laura, qué pintoresco apego a las excentricidades-, una cicerone excepcional que nos desvela la cautivadora historia de la bodega familiar, relacionada con Burdeos y la filoxera. Así, nos detalla que trabajan con las variedades bordelesas que sus antepasados empezaron a cultivar en Francia en 1842 y que su hacienda está dispuesta como un château francés, con los viñedos alrededor de la edificación para que la uva no fermente durante el transporte. Fueron los primeros bodegueros profesionales del Somontano y los pioneros en embotellar el vino para comercializarlo. Aunque atesoraban caldos envejecidos desde 1894, cuando se establecieron en Barbastro, la Guerra Civil liquidó sus existencias: ocupados por ambos bandos durante la contienda, la soldadesca esquilmó las reservas y tan solo se salvaron algunas barricas de 1936 que la familia pudo esconder y rescatar del expolio.

Finalizada la amena visita, le toca el turno a una estimulante cata en la que aprendemos a valorar un blanco, un crianza y un reserva de la mano de nuestra dicharachera guía. Además de hacernos con unas cuantas botellas, no podemos evitar adquirir algunos ejemplares de la primera novela publicada por Leonor Lalanne, también a la venta en la tienda: “El secreto de Kirschland”, un folletín corintelladesco de personajes planos y redacción mediocre. Lo gracioso es que cuando nos acercamos a almorzar a Barbastro nos encontramos a la autopretendida escritora comiendo en El Rincón, un restaurante ubicado en la calle Siervas de María que recomiendo al 100%: el menú es apetitoso y variado y los platos están preparados con ingredientes de primera y muchísimo cariño.

abiego1Al regresar a Abiego nos distribuimos entre sesteadores y paseantes y, mientras cae la tarde, nos dejamos mecer por el apacible silencio, las confidencias y las complicidades. Cuando los últimos flecos del crepúsculo se volatilizan, nos preparamos para nuestra esperada fiesta de pijamas, en la que la indumentaria se amalgama en jaranera miscelánea de franela, terciopelo, plumas y lentejuelas. La velada germina sin prisas y el regocijo se va trenzando entre platos, copas, risas, coreografías y parloteos. A nosotras nos conectan tres décadas de afecto, a nuestros chicos les basta con una partida de pimpón: vuelven del patio sudando y con los semblantes risueños, como chavales de una EGB madurescente.

Alquézar1El domingo nos despedimos de la comarca en Alquézar. Solo Iciar y Joan Lluís completan el Camino Natural del Somontano, que discurre, atravesando las pasarelas del barranco de Payuela, hasta las balsas de Basacol y su esconjuradero. Los demás nos refugiamos a la sombra de una breve arboleda a los pies de la colegiata de Santa María la Mayor, a la espera de acudir todos juntos a almorzar a Las Melias, un merendero situado a la salida de la popular aldea.

Partimos hacia Barcelona arrebujados bajo varias capas de cariño, apego y ternura. A nuestra provecta edad quizás le hayamos dado ya la vuelta al jamón, como afirma mi marido, pero lo más sabroso es lo que aún nos queda por paladear.